Ya pasó
Mientras Martín Guzmán, en silencio y modosamente, envía señales concretas de convergencia a la estructura tradicional del FMI en pos de la aceptación de la única moneda de pago que tiene Argentina que es “el tiempo”, el ala política sanitaria, que es el alma electoral del Frente de Todos, no cesa de dar señales de divergencia para con los países que influyen desde siempre en el FMI y que forman parte del ejército de acreedores del Club de París.
Si miramos estas conductas, poderosas por sus actores, en lo que hace a las relaciones internacionales, algo así como los extremos internos están haciendo de la suya frente a los dos grandes problemas que deben resolverse fuera de los límites nacionales: uno, alcanzar la paz con los organismos de crédito para no caer en default y conseguir las vacunas que no producimos -por ahora- para lograr detener la marea pandémica que ya nos coloca en el podio de la enfermedad.
Ciertos gestos derivados de las urgencias vacunales, nos enfrentan a protagonistas cuya anuencia necesitamos para no caer en default con el Club de París y con el FMI.
Pero el propio Presidente cada tanto define posiciones internacionales que escapan de los buenos tratos y simpatías con aquellos a los que les estamos pidiendo plazos. El alineamiento internacional nos ha conseguido dos vacunas en cantidades limitadas y en tiempos demorados y además portan el agravante de tener que atravesar un período de cierre de ingreso a Europa por portar vacunas no reconocidas.
Nada supera el beneficio de estar vacunado pero, convengamos, que la solución tiene su costo transitorio. No tanto por las vacunas en sí, como por el inevitable proceso de alineamiento y distancia que parece insinuarse.
A unos les debemos plata que no les podremos pagar por mucho tiempo; y a otros les debemos una salida sanitaria que no se cancelará sólo con plata.
Son dos encerronas difíciles de sortear: una económica y la otra, la encerrona de asistir a una tensión inesperada en materia de política internacional.
Menudo problema para un país que, además, tiene todas las enfermedades a la vez y que el milagro que lo bendice es que resiste razonablemente integrado. Que todas las mañanas hay agua en la canilla, luz en el dormitorio y gas en la cocina. Claro, para los que tienen canilla, dormitorio y cocina. Hay otra Argentina sin ninguna de esas cosas y que, para tenerlas, hay que ir a buscarlas. Impedir que ese proceso se trunque es un enorme desafío que hará posible o no, que el milagro se repita.
Mientras tanto, decíamos, Guzmán transita la convergencia reclamada por los grandes centros financieros y los acreedores. Es que el déficit fiscal primario del primer cuatrimestre 2021 resultó cero o positivo si computamos el impuesto a las grandes fortunas. La Base Monetaria tuvo, en ese período, una mínima expansión. Entre fin de abril y fin de 2020, creció 0,8% en términos nominales, pero en términos reales -poder de compra- debe haber caído aproximadamente 15%. Podemos agregar que, sin aumentar la deuda, las Reservas del BCRA aumentaron en el primer cuatrimestre de 2021. Y que el tipo de cambio paralelo, en ese período, bajó entre fin de 2020 y el 31 de mayo. No es la única cotización relevante del mercado: el contado con liquidación de punta a punta creció 10% es decir, por detrás de los precios. Ese es el punto: los precios.
Todas estas son señales de camino a la estabilidad en los mapas que habitualmente traza el FMI. Pero, siempre los cuerpos enfermos, nosotros lo somos y las apariencias saludables engañan: el pero de estos días es la tasa de inflación.
En el primer cuatrimestre la tasa de inflación anual fue de 46,3%: esa es la velocidad con la que corren los precios de punta a punta en los últimos doce meses. La inflación acumulada de los primeros cinco meses de este año amenaza con duplicar la inflación acumulada en el mismo lapso de 2020. La encuesta de la Universidad Di Tella del mes de mayo registra que las expectativas de inflación para este año son de 50%.
La inflación está en las primeras preocupaciones sociales de estos días. Lo dicen las encuestas que reflejan la creciente preocupación económica (inflación, empleo) que se acumula con la de la inseguridad (la violencia creciente) y con la cuestión sanitaria. En este territorio los vacunados tienen una mejor y creciente imagen del gobierno. Por eso la vacuna es el alma y el arma electoral.
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La inflación pesa e implica la percepción de que los salarios quedarán por atrás y que este período será uno más en el proceso del deterioro salarial de los que tienen trabajo, formal o informal.
Cuarentena, pandemia, incertidumbre de estabilidad laboral, certidumbre de pérdida real de ingresos. Un combo que las “buenas prácticas” del Ministro de la deuda no resuelven en términos de la vida cotidiana.
La respuesta de los principales sindicatos a este evento, particularmente los del sector servicios, es de demandas salariales que superan lo esperado inicialmente por el gobierno.
Tanto Cristina como Sergio Massa le colocaron a las paritarias que manejan – parlamentarios y empleados – un incremento del 40% dando vía libre desde el Frente para superar la pauta propuesta por Guzmán. Se engancharon detrás de ellos Hugo Moyano y el líder bancario – los sindicatos con fuerte poder de fuego – que también se anotaron muy por encima a lo esperado por la gestión económica. Obras son amores y no buenas razones.
La tasa de inflación esperada por los ciudadanos, que supera largamente a la registrada, refleja las expectativas de los ajustes salariales disparados y la puja interna en el gobierno por el ajuste de tarifas y por qué no, por el rediseño de los cargos en las áreas provinciales y municipales. Todo eso se ve venir, y de manera desordenada. ¿Hay alguien a cargo?
La causa de la inflación, recitada por la ortodoxia, ha sido fuertemente morigerada por la gestión Guzmán con buena letra en pos de lograr los acuerdos que puedan ayudar a impedir una desestabilización mayor consecuencia, no solo de la incertidumbre, sino de las realidades materiales que puede desencadenar. No ya el default, sino la idea de una prórroga “sine die” de los acuerdos por la deuda.
Guzmán, como ministro de la Hacienda y por lo tanto de la deuda, está haciendo su tarea de modo agradable a quienes deben comprenderlo y creerle. Marcha solo por un sendero peligroso porque está lleno de incendiarios amigos.
Pero el lado flaco de la inestabilidad del sistema de precios, claramente y por ahora, no proviene de su área sino del “manejo de la economía”. Los precios, los que componen los índices de inflación, registran disparidades que anuncian conflictividad. Hay precios que en el año rondan un crecimiento del 80% y otros que rozan el 25%. Las disparidades son el ADN de la inflación. La pregunta nuevamente es ¿Quién maneja la economía? Terra incógnita.
Por ejemplo, para el Ministro de Desarrollo Productivo -que sería por default el responsable de la parte real de la economía– entiende en sus últimas intervenciones que parte del futuro – son sus palabras – se juega en el Cannabis medicinal (la planilla de usos del estudio que fundamenta la estrategia, incluye desde los textiles hasta el uso recreativo ¿?) y en la electromovilidad vinculada a las baterías de litio. Todo este campo es bien interesante. Bien por pensar en esos términos. Pero ¿y el mientras tanto?
Mientras Guzmán hace una tarea dirigida al “público externo”, nadie hace – en economía – una tarea destinada al “público interno” que sufre del desempleo y la ausencia de horizonte aquí y ahora. Y por cierto, de continuar las cosas así, seguirán sufriendo en el futuro al que las buenas ideas pueden llegar tarde si no acondicionan el puente del presente.
El Cannabis medicinal y la electromovilidad quedan muy lejos para los ciudadanos que pueblan los conurbanos viendo como se pelea el día a día; y también muy lejos para los que viven más acá de la periferia y sienten como se les escapa el previo nivel de vida. Se trata de construir un puente ahora para poder cruzar de este páramo al futuro que todos imaginamos venturoso.
Como muchos argentinos y seguramente muchos funcionarios del gobierno y dirigentes de la oposición, tengo la convicción absoluta de que debemos dedicar mucho tiempo y de manera urgente, a pensar las alternativas del futuro para las próximas décadas.
Esa es la tarea de quienes deben proyectar la visión orientadora de los pasos del presente. Ese es un bien público sin el cual los países van perdiendo el sentido de la existencia en común.
Pero al mismo tiempo tenemos que ser conscientes que estamos viviendo una crisis colosal. No es necesario recordarla. Porque tiene larga historia que llega hasta el presente. La última década de estancamiento continuó una destrucción sistémica iniciada – con fecha cierta que ahora nadie discute – hace 46 años y cuyos resultados están a la vista.
Fueron terremotos y huracanes silenciosos que hicieron su trabajo mientras la sociedad, adormecida, creía en los “alquimistas” que bajaban de los puertos y los aviones, con nuevos bienes hechos en otras latitudes que reemplazaban nuestras manufacturas y “que las mejoraban en precio y calidad”. Tiempos en que se prometía el futuro mientras se demolían las bases que sostenían el puente que nos habría permitido cruzar al futuro.
Con ese mantra destruimos la industria, el empleo y, para peor, los financiamos con deuda.
Es conocida la historia de todas las veces que no pudimos pagar ¿cómo podríamos hacerlo habiendo derrumbado las bases del puente del trabajo y de la capacidad de producción? Por eso, sí, es urgente diseñar el futuro. Pero ¿y el presente que nos consume? ¿El puente que se va tornando imposible de cruzar?
Sabido es que no tenemos una estrategia de desarrollo o lo que es lo mismo, que nuestro futuro está a la intemperie, hoy sometido a los vaivenes climáticos de la demanda mundial. Y además debemos enfrentarlo con las bases frágiles que proveen décadas de decadencia.
Sabemos ahora que Martín Guzmán ata relaciones y tareas que, seguramente, llegaran a una paz razonable con los acreedores públicos y multilaterales.
Pero el presente no puede esperar que se desate el nudo de la estrategia de largo plazo. Necesita acciones inmediatas propias de la emergencia de una crisis. Y el Estado está como ausente.
Desde todos los sectores políticos, económicos y sociales y aún de algunos economistas ortodoxos, incluso de funcionarios del PRO de la última gestión, se escuchan voces que se animan a pronunciar la necesidad de un Acuerdo de Precios y Salarios. Eso es un puente. Sólo un puente. Pero sin el cual es imposible cruzar al futuro. El Acuerdo es una acción política que actúa en la economía; una acción que fue anatematizada por muchos que hoy, cuando es urgente, la invocan.
Está claro que los méritos monetarios y fiscales de Guzmán no han generado ni estabilidad ni confianza. Y que remontar la coyuntura requiere como condición necesaria ambas cosas: calmar los precios y construir confianza. El gobierno solo no puede, y sin el gobierno no se puede. El puente se construye con muchas cosas: las guías que llevan a la estabilidad, las luces que iluminan el área de confianza.
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La inflación, el peso de la pandemia y las inquietudes que genera todo proceso eleccionario; todo sumado, desgrana la poca confianza que nos informa la evolución del dólar paralelo y los depósitos en dólares.
La confianza que necesitamos es la que se mide con el incremento del empleo. Y esa confianza está en retroceso. Javier Lindemboim (Clarín 3/6) nos recuerda que se han perdido 800 mil puestos de trabajo precario. El hilo se corta por lo más delgado.
Lo único que crea la confianza social es una dinámica de creación de empleo que sólo será sostenible si se trata de empleo productivo. Desanima a cualquiera el incremento vergonzoso del empleo público en provincias, municipios … en todo el país.
¿Qué puede provocar esa dinámica? El primer paso, sin el cual no hay camino, es un Acuerdo que establezca condiciones estables y favorables para un proceso de inversión. Esa es la condición necesaria para fundamentar un acuerdo de precios y salarios. ¿Por qué?
Porque no puede existir un acuerdo de precios y salarios que no tenga como horizonte concreto la realización de inversiones destinadas al incremento de la productividad.
No cabe duda que ese Acuerdo es tan necesario como lo es la confianza, y tampoco hay duda que eso es posible, aunque no necesariamente probable.
Lo hará probable la voluntad de las partes: hay que avanzar al acuerdo desde todos los rincones, el del trabajo, el de la empresa y el de la política, con la convicción de que es necesaria la renuncia a la “acción directa” de cada uno de esos tres sectores y una búsqueda concertada es la manera de maximizar el beneficio colectivo. No hay mucho más tiempo.
Llegados a este punto ¿qué tiene que ver la mención inicial de esta nota al ala de la política sanitaria, el alma electoral, que no cesa de dar señales de divergencia para con los países que influyen desde siempre en el FMI?
El reciente viaje a Cuba de Carla Vizzoti y la asesora todo terreno del Presidente, Cecilia Nicolini, fue una señal política del gobierno acerca de dónde quiere que lo ubiquen. Poco tiene que ver con las vacunas que – vaya a saber por qué – se han convertido en un instrumento de mensajes de política internacional.
La pregunta que se impone es ¿a qué estrategia de desarrollo nacional responden esos gestos de política internacional vía vacunas?
Ni este gobierno ni los que lo precedieron han diseñado una estrategia de desarrollo que guie sus políticas en el campo interno y en el internacional. El resultado está a la vista.
Los Fernández como Macri se han obstinado en mostrar “gestos de política internacional” careciendo, en ambos casos, de una estrategia revelada.
Por esas ligerezas estamos corriendo el riesgo de que la estimada cooperación en materia de vacunas se convierta en el fundamento de una política internacional que, sin estrategia de desarrollo, resulte en la muy previsible adaptación a las políticas de la potencia a la que nos aproximamos.
Que la vacuna no sea el puente a un modelo dependiente primarizante y que las consignas, que no son estrategias, de largo plazo no terminen siendo un mecanismo de distracción. Ya pasó.